Texto: Giselle Victoria Gómez.
Paralelo al asfalto hay una ciudad esculpida de sueños. Una ciudad sin nombre. Llegue a ella como se llega a la verdad, por casualidad. Sedienta, después de caminar largos días en el desierto, cansada de huir, recosté mi cabeza en una mochila que llevaba casi vacía, ya no quedaban abastecimientos, y en el ensueño desapareció mi miedo a las serpientes, los escorpiones y tanta arena sin agua, dejándome caer como una pluma en la idea movediza de la fatalidad del destino con la frase “sea lo que Dios quiera”.
Perdí el conocimiento, otro desmayo. Creo haber escuchado el ruido de un helicóptero y de personas agitadas a alrededor, luego no supe nada más hasta ahora. Me encuentro en una habitación espaciosa y de puntal alto, paredes sin cuadros y adornos, vastos ventanales de arcos ojivales por donde me gusta mirar la monumentalidad de esta ciudad.
He recorrido todo el piso buscando ventanas para asomarme en picado. Probablemente este edificio sea uno de los más altos de la zona, pues cada paisaje parece el de una maqueta. La perspectiva aérea me da vértigo. Tengo vértigo y por primera vez en mi vida experimento el horror con alegría. Es un miedo delicioso: ¡estoy viva! No importa si dormida o despierta, estoy viva.
No tengo sueño. No estoy sola, recorrí cada habitación de este piso, hay personas de distintas edades, colores, olores… pero no hay escaleras. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Quisiera salir, conocer la ciudad allá abajo. Todavía no he hablado con mis vecinos de habitación. No sé qué idioma hablan. Siento que a veces me miran con intriga, y aunque intenté hablar con un chico de sonrisa enigmática (me gustan las personas alegres), no resultó: no escucha, ni ve.
A veces me gustaría hablar con alguien, saber dónde estoy, quién le puso alas a los trenes y triciclos (desde mi ventana los veo pasar muy lejos), quienes son estas personas y qué significa F-20, código impreso en cada una de las puertas de nuestras habitaciones, grafitis en paredes de pasillos y baños, tatuajes en las frentes de algunos de mis vecinos...
Lo curioso es que nuestras habitaciones son ciudades en sí mismas, la habitación más cercana a la mía es un rascacielos y mi cama es una azotea. También tenemos parques, instituciones de salud y educación, bancos, prensa, centros comerciales, bares, cielo con aviones, trenes, barcos, luz y oscuridad, y también existe la muerte. Nuestras ciudades, postmodernas por naturaleza, tienen estilos arquitectónicos distintos, eclecticismo emocional y físico, marcas de recuerdos buenos y dolorosos (y fármacos para aliviarlos). Si bien la destrucción es nuestra fatalidad (más allá de la crisis económica, ecológica y moral que hacen la vida urbana tan compleja), quise atravesar incontables ciudades-planetas y números, y otros relatos del ego, la razón, las sociedades y terceras guerras… No hay época de caballeros salvadores, tampoco me he topado con Shakespeare o Freud, ni con ítalo Calvino o su Marco Polo, ni con Spider-man, no hay verdad ni mentira aquí, tampoco un espacio definido como país, continentes o planetas… Estas ciudades existen porque existen en mi mente y en la tuya, y aquí fuimos (in)felices. Sin embargo, nada añoro más que el misterioso sabor de la yerba, la aurora y las olas. A veces me escapo al bosque, a la montaña buscando el aullido del lobo, al mar, al desierto… ¡Oh libérame de mis ataduras!
Un pedazo de madera en el camino de Damián Valdés se convirtió en la primera construcción de la primera ciudad que ensamblaron sus manos. Me contó que aquella madera se le parecía a la forma de un edificio, luego otra le sugirió un barco…, y antes de tener la idea de una ciudad fue creando pequeñas edificaciones a partir de materias primas encontradas. Luego con sus herramientas de pirograbar diseñó calles en una base donde colocó aquellos primeros objetos realizados. Este procedimiento se repitió a medida que surgían nuevas formas y elementos inspiradores: chatarras y fragmentos de objetos de madera y plástico, filamentos de metal, juguetes viejos, etc, haciendo crecer su ciudad. Un edificio hoy, un telescopio mañana, un auto con cámara fotográfica y alas, otro edificio, una motocicleta tipo Harley, un tren, un submarino, más edificios… Todos, extravagantes y detallados, formaron parte de ciudades que progresaban y se multiplicaban muy rápido. El fulminante proceso pasma a aquellos que reciben su trabajo. El colectivo de Riera Studio lo conoce de cerca y estimula su creación, así como potenció sus primeros dibujos.
Hoy, viernes 13 de marzo del 2015, el espacio (re)abre sus puertas a las ciudades (in)visibles –intemporales e innombrables- de Damián, esperando que el espectador las descubra, entre a ellas, camine, viva su propia experiencia, tropiece, se alce en un oportuno auto-volador; encuentre la ciudad gótica de superhéroes con modernos rascacielos, un templo, la guerra y la paz, la esperanza y el malestar, el (des)amor, su historia o la de otros, mundos acuáticos, terrestres y surrealistas… y luego encuentre alguna salida.
10/03/15 Giselle