Serie Obedientes, "La cortina del congreso", piezas en madera policromada. Instalación por Samuel Riera.
“A nosotros más que nada nos interesa la conciencia del pueblo, porque es ahí en el grado en que nosotros lleguemos a despertar esa conciencia en que la Revolución esté más segura. En la medida en que la Revolución se haga conciencia en la mente de cada ciudadano, la Revolución será más fuerte y más invencible” (Castro, 2001:5-7).
Héroes del Moncada, Soldaditos de Vietnam, Mártires del Moncada son nombres por los que se conocen algunos institutos elementales en Cuba. En ellas, al recibir la insignia roja del uniforme que reconoce a los pioneros, se cumple una suerte de homilía donde los estudiantes prometen a coro perseguir el paradigma Guevariano, como dignos Forjadores del Futuro, según reza otra escuela primaria habanera. Esta ‘religiosidad política’, presenta al Che Guevara como un Mesías secular de la teoría de guerrillas, la solidaridad internacional y el trabajo voluntario. Consecuente con este ideal, partes importantes de la experiencia pioneril -como ‘élite’ y ‘vanguardia revolucionaria’- son la participación activa en manifestaciones política y la formación de milicias para la defensa nacional.
La dimensión cotidiana de la fidelidad y del heroísmo moldea con reiteración, tanto en lo racional como en lo emocional, la sociedad cubana post-1959. La llamada a cerrar filas por un urgente enfrentamiento armado en post de la preservación del socialismo, ha sido una pieza fundamental dentro de la (meta)ficción historiográfica oficial para la inculcación de valores en la educación primaria y secundaria.[1] De tal modo, la épica como epitome y la unanimidad como canal de sentido; el estado de emergencia y la sed de advenimiento histórico; las virtudes del pueblo heroico y el martirio del apóstol-Mesías constituyeron desde temprano parte esencial en el ‘manual del buen revolucionario’.
El desarrollo del sistema socialista tiene como condición inherente la revelación de un mundo armónico, sin fricciones ni divergencias, en el que los ciudadanos aceptan e internalizan la ideología y defienden las conquistas del Partido. Es por ello que la transformación radical del individuo, en particular la obediencia -maquillada como expresión de voluntariedad- debió fortalecer el horizonte táctico de la Revolución. En su práctica tropos, slogans y anatemas persuadieron, legitimaron o proscribieron la instrumentación de políticas formativas cívicas, educativas y culturales, al tiempo que establecieron los convenios aceptables o sancionables dentro de la sociedad cubana.
La igualación de conciencias y conductas ha sido inoculada en la voz colectiva que abandonó gradualmente anteriores procedimientos del habla, la expresión y el pensar, en favor de normas estandarizadas. El individuo ha debido resignar su autonomía para enfatizar al ‘pueblo’ como entidad significadora. Según Hebert Blumer, el grupo objeto de dicha política deviene anónimo, alienado, separado entre sí, divorciado de sí mismo. El ‘sujeto regulado’ entonces, emerge como consecuencia de la eliminación de lo diferente, de la práctica indiscriminada de la uniformidad. Sus representaciones en más de medio siglo de entropía tropical, han rebasado lo meramente político para ocupar espacios de comportamiento, códigos de conducta, valores éticos, ideológicos y estéticos que configuran un modo particular de ser y devenir revolucionario, combativo y militante.
Claudia González Marrero
Graduate Center for the Study of Culture (GCSC)
Justus-Liebig Universität, Giessen
[1]Para un examen crítico ver manuales del Ministerio Cubano de Educación: Historia del movimiento obrero comunista, obrero y de liberación nacional, internacional y cubano (1945- 1977).